lunes, 23 de agosto de 2010

Cuando la nube se convierte en arquitectura (I)

El tema de las nubes, que al principio puede parecer vacío y sin mucho contenido teórico... es una de las grandes inspiraciones de muchos arquitectos. Tener un material que flote, que se mueva, que mute... es el sueño de muchos de ellos. Por eso el arquitecto y profesor de la ETSAM Santiago de Molina en su blog hace una serie de referencias a este hecho.
Comenzamos por Nubes (I)



Cuenta Jørn Utzon que dos curas le convencieron para hacer la iglesia de Bagsvaerd cuando le contaron que todo el pueblo había estado ahorrando durante 25 años para hacer el edificio.

Los primeros instantes del proyecto se dan durante su estancia como profesor en la universidad de Hawai.
Entre esos dibujos aparece una comitiva en procesión bajo un cielo de nubes.
Ese techo de nubes se convierte en el trascurso de la obra en una hermosa superficie ligera y flotante de hormigón curvada que atrapa la luz.
Habrá quien se sorprenda, con razón, del proceso de toma de decisiones que hace que se pueda pasar del claro concepto de unas nubes como cubrición, a una superficie de hormigón, sin perder un ápice de coherencia. Ese tránsito de generación de las formas es específico y propio de la arquitectura.
La fidelidad de Utzon a la idea le obliga a resolver en esa superficie toda la complejidad del proyecto. Exigencias funcionales, constructivas y lumínicas conforman su precisa curvatura. El hormigón se pliega por medio de unas cimbras que le hacen conservar la memoria de las tablas con que fue construido.
Misteriosamente a la arquitectura le está permitido hacer nubes de hormigón salvando la contradicción con naturalidad.


La siguiente imagen es un fragmento del Éxtasis de Santa Teresa, de Bernini. Santa Teresa, a punto de ser alcanzada por el dardo angélico, flota entre nubes.
La imagen deshace el efecto que produce en realidad su presencia en la capilla de la iglesia de Santa María de la Victoria, en Roma. La escultura se encuentra situada a una altura considerable y el espectador que se acerca a ella percibe, en primera instancia, un conjunto masivo en el que la presencia del fondo dorado y la masa de piedra destacan sobre lo demás.
Curiosamente gran parte de esa masa flotante está compuesta por nubes y el ropaje plegado y replegado de la Santa.
Aquí las nubes de mármol se esculpen con un efecto aéreo, pero no dejan de sentirse como artificiales. De alguna manera, el conjunto triunfa por los gestos, posiciones y posturas de los personajes más que por las contradicciones materiales presentes.
Esas nubes de mármol llegan a ser la encarnación plena de esa contradicción tan del gusto Barroco.
Situar estas dos obras, frente a frente, obliga a pensar en lo específico de la escultura y la arquitectura más allá de la contemporánea mezcla y disolución de sus límites.
La arquitectura, más que ninguna otra disciplina, es capaz de generarse por medio de la resolución de las contradicciones latentes dentro del proyecto.
Prueba de ello es que nadie hablaría del proyecto de Bagsvaerd en términos de barroco. (Todo lo más, quizás, se podría hablar de ese tipo de complejidad en la relación entre la envolvente del edificio y su interior).
Continuará...

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